A los ojos de un occidental hay aspectos de Japón nada
fáciles de entender. Al visitar Tokio uno tiene muchas veces la sensación de
estar en Marte. Nos chocan las multitudes inquietantemente silenciosas, los
pudientes trabajadores trajeados durmiendo en cualquier lado -a veces en el
suelo- o las adolescentes vestidas de provocadores muñecas infantiles.
Esta extrañeza aparece también al estudiar el fenómeno gay. Y
es que en Japón, a diferencia de lo que en algún momento inventamos en
Occidente, no ha existido históricamente ese concepto de la homosexualidad
entendida como identidad. El amor y el deseo entre hombres hay que leerlos en
otras claves, como actos o apetitos, sin que ellos supongan ningún tipo de
etiqueta indeleble. Ya los antiguos samuráis tenían amantes masculinos de los
que disfrutaban al igual que de una buena comida o de la contemplación de un
hermoso cuadro, sin que ello pusiera en cuestión su posición social o la
estabilidad familiar. Y aunque esto ha cambiado en las últimas décadas, la
sexualidad en Japón, entendida como un disfrute y en gran medida carente de
cargas morales, ha provocado desde siempre el asombro de los pacatos
occidentales.Quizá esto nos ayude a comprender el insólito universo del muy
popular comic porno japonés.
Uno de los géneros más importantes dentro de este universo es
el YAOI, “historias de chicos”. Suelen ser largas historias de manga, con
argumentos que se extienden por un largo, a veces larguísimo, número de tomos.
Historias de amor entre hombres donde los papeles están claramente definidos:
uno de los protagonistas, el SUME, encarna a personajes masculinos y
dominantes, habitualmente en una posición de éxito profesional, e incluso de
mayor tamaño físico; y el UKE, que se sitúa en posiciones de sumisión y pasividad
y está más abajo en la escala social. No es casualidad que estos términos están
tomados del Japón feudal, del maestro y el alumno respectivamente en las
relaciones de aprendizaje entre los samuráis. Como en nuestras clásicas novelas
románticas, muy a lo Bárbara Cartland, el UKE, a pesar de su evidente deseo
interno, se resistirá inicialmente al paso al explicito acto (anal) para
finalmente entregarse completamente. Es su equivalente a nuestro “no se crea
usted que yo soy una cualquiera” que vertebra muchas de estas historias.
Curiosamente estas historias son escritas, dibujadas y
consumidas por mujeres heterosexuales. Las lectoras son amas de casa maduras
-dicen los estudios que con un alto grado de frustración en su machista vida
privada- que olvidadas por sus maridos de algún modo consiguen reparo en estas
en estas lecturas.
Reparo que seguramente venga por una parte de ver que hay
hombres capaces de amar como ellas desean amar y ser amadas; y por otra una
cierta identificación con el género masculino que en Japón supone la licencia
para permitirse muchas libertades, aunque solo sea en el terreno de la
fantasía.Un segundo género muy popular es el BARA, menos sorprendente por
afinidad con nuestra cultura literaria y audiovisual. Son comics dirigidos para
el público homosexual. Las historias suelen ser cortas, apenas unas cuantas
páginas, con tramas sin florituras y muy resolutivas . El clásico fontanero que
llega a hacer unas reparaciones y se encuentra con un inesperado premio sería
el guión arquetipo. La estética, muy manga, es una extraña combinación entre
TOM de Finlandia y Pokemon. Muchos contrastes. Historias tremendamente
explicitas donde el sexo forzado pero deseado, casi rozando la violación, se
lleva a cabo por protagonistas hipermusculados e infantilizados al mismo
tiempo. Cómo no fascinarse ante una historia de Gang Bang en las que la
pandilla tiene cuerpos y dotaciones de actor porno completadas con cabezas de
ardillas u otros animales del bosque.
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