Fuente: FC
El lanzamiento de “Born to die”, el nuevo disco de un incipiente fenómeno de masas enmascarado bajo el nombre y la apariencia nostálgica e inocente de Lana del Rey, puede fácilmente convertirse en el acontecimiento musical de este año apenas estrenado. ¿Pero quién es Lana del Rey? Hasta hace escasos meses, nadie había oído hablar de ella. Tras la muerte de Amy Winehouse, parecía que Adele le había tomado el relevo en el género fusión de soul y pop y en cuanto al pop dance Lady Gaga seguía llevando las riendas, a la espera del regreso de Madonna, y con una fuerte Rihanna pisándole los talones.
El encumbramiento progresivo de Lana del Rey en la escena musical pop tiene algunas similitudes precisamente con una de las demás cantantes mencionadas, Lady Gaga, desde la celeridad con la que han pasado de ser meras desconocidas a convertirse en iconos musicales, hasta la escasa trayectoria de los talentos que han demostrado para ser consideradas como tales y la consecuente presión que recae sobre sus hombros cada vez que lanzan un nuevo sencillo. Parece ser que el consumidor de este tipo de música está ávido de nuevas figuras musicales, quizás cansado de siempre lo mismo, y no se hace de rogar a la hora de encumbrar a quien se atreve a desmarcarse un milímetro de la radiofórmula, pero con esa misma facilidad y rapidez desbanca a sus mitos y los condena al destierro al mínimo desliz.
Tanto Lady Gaga como Lana del Rey tienen en común haber nacido en la cosmopolita ciudad de Nueva York el mismo año (1986), con lo cual pertenecen a una misma generación de jóvenes norteamericanos marcados por la beligerancia de su país contra Iraq y Afganistán después de haber presenciado la mayoría de ellos los atentados del 11-S y ver cómo el mundo que conocían se desmoronaba, acuciados por una crisis económica que ellos no han originado pero que pone en tela de juicio el poder mantener el estado del bienestar en su futuro y desencantados con la política (a pesar del milagro Obama), los ideales y el sueño norteamericano en general.
Las dos están, a pesar de todo, profundamente orgullosas de ser americanas y se esfuerzan en devolver el brío a su país, recuperando el folklore tradicional a la mínima de cambio, porque en el caso de Lana del Rey su disco “Born to die” tiene algo más que simples pinceladas de country, mientras que, en el caso de la Gaga, no dudó en adaptar acertadamente uno de sus últimos singles “You and I” a este género.
Ninguna de las dos utiliza su nombre real (Stefani Joanne Angelina Germanotta en el caso de la Gaga y Elizabeth Grant en el caso de Del Rey) para dedicarse al negocio de la música (si bien es cierto que Lana del Rey sacó su primer LP con el nombre de Lizzy Grant). Construyen sendos personajes con nombres que son guiños a sus propios ídolos (Gaga de “Radio Gaga” de Queen, Lana de Lana Turner), quizás como estrategia para proteger un mínimo su intimidad expuesta al completo como contrapartida de este éxito rotundo tan temprano.
Las dos han publicado su segundo disco bajo un título encabezado por la palabra “Born…” (nacida), la una, reivindicativa y orgullosa de su forma de ser, “de esta manera”; la otra, más terrenal y menos pretenciosa, “para morir”, como el común de los mortales.
Las diferencias
Detengámonos, regodeémonos, a continuación en las diferencias que hacen de estas dos muñequitas, cada una a su manera, dos competidoras, dos adversarias dispuestas a revolcarse en el fango con un único objetivo: el de mantenerse en la cima y encadenar un mayor número de éxitos en un menor intervalo de tiempo.
Ambas, en una nueva demostración de cuán americanas son y se enorgullecen de serlo, toman prestados elementos de otras artistas míticas norteamericanas que han triunfado antes que ellas, como son Nancy Sinatra en el caso de Lana del Rey (así al menos lo va prodigando en las entrevistas) y Madonna en el de Lady Gaga (el hecho de que ésta siga en activo y puede que en mejor forma que nunca le dificulta a la Gaga saborear su estrellato sólo a base de momentos dulces y ninguno agrio).
El look melancólico y retro de una puede encajar muy bien en los círculos indie y urbanitas, repletitos de gafapastas y de groupies sedientos de idolatrar a una diva de voz lánguida y quejumbrosa, mientras que la apariencia más agresiva y psicodélica sin contemplaciones de la otra, comercialista sin ambajes, pero con un torrente de voz innegable, pretende conseguir su cuota de mercado entre quienes frecuentan el polígono industrial para salir de fiesta y los adolescentes acomplejados dispuestos a dar la vida si ella se lo pide.
Mientras que el énfasis discográfico de una ha estado en el primer disco (o mejor dicho en la reedición del mismo con un puñado de temas extras, “The Fame Monster”), el éxito ha sobrepasado a la otra con el lanzamiento de su segundo disco, “Born to die”, el que ha fijado su personalidad como artista, ya que su primer trabajo pasó sin pena ni gloria en Estados Unidos y no fue más allá de la versión digital.
La una ha hecho de sus speeches y su adoctrinamiento como hilo conductor de sus conciertos uno de sus rasgos más personales (guste o no) hasta tal punto que en la casilla de la ocupación que desempeña que aparece en Wikipedia aparece, a parte de cantante, bailarina o modelo, el rol de activista. La otra es parca en palabras y su puesta en escena es discreta y prudente: se remite a las letras de sus canciones para lanzar sus mensajes.
La Gaga ha intentado hacer en más de una ocasión algo solemne de su frivolidad tanto en melodías como en letras, mientras que Del Rey ha conseguido hacer un disco ligero, fácil de escuchar, de unas canciones que tratan de algo tan solemne como el fin de una época y el comienzo de otra probablemente peor.
Con estas similitudes (demasiadas, por cierto, para ser casuales) y diferencias entre estas dos jóvenes artistas no cabe sino plantearse el tratamiento que la industria discográfica dispensa a los nuevos talentos, si los aúpa para que potencien su estilo y su forma de concebir y de hacer música, intentando sacar tajada del negocio (para eso existen las industrias al fin y al cabo) o si bien los diseña con cuidado desde un punto de vista puramente comercial, los fabrica reduciendo su peculiaridad a la mínima expresión, los convierte en fast-artists de “usar y tirar” al fin y al cabo y después prescinde de ellos a su antojo, haciendo de sus monumentales éxitos que todos creíamos imperecederos lejanos ecos de otros tiempos que con el paso de los años siempre nos parecen mejorables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario