Fuente: FC
Pocos se han sorprendido con el palmarés que ha dejado este año la noche de los Oscar. Que Hollywood iba a apostar por lo clásico frente a lo experimental era algo que se podía intuir desde el preciso instante que se hicieron públicas las nominaciones el mes pasado. Pero el monopolio prácticamente absoluto de los premios por parte de dos películas que homenajean, cada una a su manera, los más tiernos orígenes del séptimo arte pueden traducirse en una reafirmación de la industria de Hollywood, pero también en una incapacidad manifiesta –o una falta de voluntad descarada- de adaptación a la convulsión de estos tiempos.
Cinco estatuillas, las de carácter más técnico, fueron las que se llevó “La invención de Hugo”, una película que sabemos que ha dirigido Martin Scorsese porque nos lo han dicho; una película que pretende descubrir al joven cinéfilo, con voluntad ciertamente didáctica, una forma de hacer cine obsoleta pero maravillosa; un ejercicio de nostalgia encubierto de fantasía y aventuras tamizado por un filtro quizás demasiado pastel pero al que le queda como un guante el cartel de “para todos los públicos”. Y es que presenciando cómo los jóvenes Hugo e Isabelle descubren de qué manera Papá Georges creaba sus películas, como si de un artesano se tratara, uno regresa a ese delicioso momento en el que se acercó por primera vez a la obra del padre del cine fantástico. Scorsese ha tenido presentes en esta película otras obras maestras clásicas, más allá de las películas de Méliès, como es la basada en la célebre novela del mismo nombre de Charles Dickens “Oliver Twist” (1948) , “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang o “El Jorobado de Notre Dame” (1923) y eso se nota en algunos planos que ha tomado “prestados” de estas películas y en el tratamiento deliberadamente clásico de algunas escenas. También ha aportado su forma única de hacer cine para demostrar que está a la altura de estos genios y que a estas alturas es ya tan importante e imperecedero como ellos (véase por ejemplo, nada más comenzar la película, el travelling óptico que lleva al espectador desde los cielos de París hasta el reloj en el interior de la estación de tren en la que está aguardando el entrañable Hugo a dar comienzo a su aventura).
Sin embargo, siendo “La invención de Hugo” una película técnicamente impecable y una historia de muy fácil digestión, “The Artist” se le ha impuesto, entre otras, en las categorías de mejor guión adaptado, mejor director o mejor película. No era para menos. Si “La invención de Hugo” es un conjunto de engranajes que, al igual que el autómata que presenta en la película, al final acaban funcionando a la perfección, “The Artist” es la suma de todos esos mismos engranajes y de un alma capaz de conectar con el espectador más cinéfilo, pero también con el más reacio, el más reaccionario, el más moderno, el menos clásico, al fin y al cabo. Y es que el hecho de que una película muda en blanco y negro haya conseguido convertirse en la película indiscutible del año 2011 no puede calificarse de menos que de milagro. ¿Cuántas personas de las que han acudido a las salas a ver “The Artist” habían tenido anteriormente la oportunidad de ver una película de estas características, al igual que podrían haber hecho sus abuelos o tatarabuelos, en un cine? Y es que parece ser que el secreto para el éxito de “The Artist”, en el fondo, se encuentra en la modernidad y la actualidad de los temas de los que habla –con premiso de su mítica banda sonora. Un reputado actor de cine mudo que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos en los que las películas que triunfan entre el público son las habladas bien podría erigirse en representante de una industria que, estancada en el siglo pasado en su forma de producir y distribuir películas, no le quedará más remedio que transformarse en lo que el público le demande si quiere conservar intacto su estatus de mayor fábrica de sueños de todos los tiempos.
La paradoja más curiosa de la pugna entre estas dos películas por hacerse con el Oscar, no obstante, no deja de ser otro que la nacionalidad de las mismas en relación con la temática que abordan. Resulta cuanto menos curioso que una película europea, francesa para ser más concretos, como es “The Artist” se deshaga en halagos homenajeando al cine americano clásico, mientras que una película norteamericana como es “La invención de Hugo” haga lo propio con una figura tan francesa como es Georges Méliès, representante máximo de una forma de hacer cine que, en su momento, se oponía frontalmente a la de los americanos.
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